y sí, murió mi ilusión, y probablemente ha de morir mi esperanza. Pienso que, a pesar de todo, me voy contento, agradecido. Sé que hice algo bueno, sé que serví en su vida, quizás fui un descanso, o la manera en la que Dios muchas veces nos usa para llevar un mensaje. Me voy tranquilo. Extrañamente siento libertad, no niego el dolor, pero es como si mi razón al fin tuvo "la razón". Pienso que la historia pudo haber sido diferente, pero supongo que así es la vida. Ya llegará esa persona. Estoy seguro que sí, y solo pido tenerla en mi cabeza y corazón como te he tenido a ti. <3

LA MUJER IDEAL
A veces sueño despierto, cuando te veo descubierta de los atavíos mundanos, sin el esmalte en las uñas, sin el rizador ni los talcos que espolvoreas en tu cara, te veo tal cual eres, sin agregarte ni quitarte nada, te veo y sueño despierto. No hace falta que pintes tu rostro para creer que hay belleza en ti, bien sabes que nadie pinta el arcoíris ni perfuma las flores, solo son lo que son, naturalmente.
Te quiero sin el pelo ondulado, sin las pulseras ni los collares, porque son como nubes que cubren el sol. Te quiero así, sin secundarios accesorios que esconden tu hermosura, te quiero así para soñar despierto, para abrazar a la mujer que conozco y no a la que el mundo trata de hacer. Naciste hermosa ¿Por qué te empeñas en no serlo?
A veces sueño despierto, con los ojos bien abiertos cuando te tengo al frente y me dices Hoy me dio flojera maquillarme. Entonces tus ojos no están enmarcados por sombras y brillos, son libres y con el candor de mujer traviesa. Tus labios limpios destilan una miel adictiva que fácilmente alteran mi glucosa, y esas mejillas frescas que se me muestran con fina elegancia me seducen una y otra vez. Así eres hermosa. Así te quiero.
Pero es mucho pedir eso en éstos tiempos, es exagerado reclamar menos materialismo en años de cosmetología, pero me alegra que la mujer a la que dedico éstas peticiones no la tengo ni la he de tener.

PRIMERA PARTE:

Aquella carta quedó sembrada al pie del gigantesco árbol, a la sombra del deseo de ser hallada. Por lo pronto, solo las hojas secas como livianas gotas de lluvia le visitarían al caer la tarde. Quizás ese era su destino, terminar en el olvido…
El forastero se había levantado, sacudido e ido ya. Muy en el fondo sabía que su corazón no le acompañaba, que, a pesar del dolor, quería seguir intentándolo, seguir esperándola. Pero estaba decidido. Esta vez, el corazón debía esperar.
Mientras el forastero caminaba, una pequeña conversación surgió entre la razón y el corazón:
- Escúchame bien, –dijo la razón- y atiende mis argumentos; entiendo que la felicidad es tu propósito de vida, pero todas las cosas no deben ser a tu manera. En la vida hay banderas que son necesarias izar y otras, sin más, deben ser derribadas.
- Ella es mi luna, y yo su sol –pronunció el corazón, suspirando.
- Una luna que se ensaña en vestirse de oscuro y nublado. Una luna distante y fría, que está allí, aparentemente inamovible, pero que vuela alto sin importarle que hay alguien contemplándola. No hablo mal del amor, ni pretendo desmerecer el sentimiento que hay en ti, solo que es tiempo de mirar a otro lado. ¡Reacciona!

SEGUNDA PARTE:

- No me entenderías, oh, deseable razón. Tú solo sabes de filosofías, de esas tontas conclusiones que destruyen la esperanza, y le haces creer a nuestro señor que los sueños son irrealizables. Mírame, acaso me vez tan mal como para no resistir un poco más. Yo soy fuerte, inquebrantable.
- A veces pienso –replicó la razón, en tono circunspecto- que mi señor viviría mejor sin ti. Te esfuerzas tanto en buscar tu propio deleite que raspas la indiferencia. Te olvidas que desprendes pensamientos dolorosos, y de unos ojos que están hartos de ahogarse en su propia desgracia. ¿Has leído la carta? Al fin tomó la decisión de buscar nuevos aires, porque muchas veces es mejor no cambiar de ciudad, sino de mundo, de espacio. Al diablo con tu luna, existen millones de estrellas y más brillantes…
- No me vas a persuadir de dejar de intentar. Estoy seguro que ella encontrará la carta. Solo ten paciencia. Quizás ella también le está buscando, solo que, no sé, aun no se ha dado cuenta.
- O quizás, sabiendo que le buscan, se esconde…
- ¡Yo soy el corazón!, y como tal, no desistiré de esperar –sentenció.
- Y yo la razón, y mi trabajo es cuidarte. Si supieras cómo te ves te darías cuenta que sangras, que tus heridas son potencialmente mortales.
- ¡No importa cómo me veo! ¡Importa cómo me siento! –gritó el corazón, quebrándose de repente.
- No llores, corazón mío –atinó a consolar la razón- esto pasará, pero es necesario asumir que ella no está, que se fue y no va a volver.
- ¿Qué hicimos mal? –preguntó- ¿En qué fallé? No logro entender cómo es que la distancia me lastima, que su ausencia putrefacta mi ser. No lo quiero decir pero tengo miedo; me siento tan vulnerable que hasta el aire, plausible y sereno, pareciera como ráfagas en mi interior.

Es su fe y nada más, ya nada le acompaña, ni ella misma muestra algún signo de lucha, de rebeldía ante la injusta vida que la azota con ventarrones de frío. Su rostro está pegado al suelo arenoso, y sus manos toman sus piernas en una posición fetal, cansada, derrotada, resignada quizás esperando el aborto, pero como se dijo es su fe y nada más. En qué momento uno desiste de la vida para dar paso a una muerte lenta, en qué punto uno decide que es mejor morir y no luchar contra el desierto. Todavía era de madrugada, y ella, desprotegida y lo que es peor, malherida, cerró sus ojos y susurró Sálvame Dios. Su cuerpo, el barro que cubre el alma, ese se había rendido, pero su esperanza al parecer no, aún mostraba resistencia. Pronto la hipotermia la fue tomando poco a poco, primero por los pies, martillando con dureza cada pedazo de carne, endureciéndola y acortando la irrigación sanguínea, abrazando de tramo en tramo su cuerpo y haciéndola inservible. Qué hacer. Qué decir.
Su respiración se aceleraba y desaceleraba, producto de un corazón que se sacudía por la brusquedad del frío. Sálvame Dios, dijo de nuevo, pero el desierto y su tempestad parecían decirle Yo soy Dios, y he decidido matarte.

Aquella noche nos despedimos entre arcoíris, deseándonos los dulces sueños sabiendo que al rayar el alba sería el último día del año. Aunque sin tocarte, anhelaba con todo mi corazón poder estar juntos ese fin de año, y dormí soñándolo. Al día siguiente, 31 para ser exacto, dejaste de ser, como si alguna corriente marina te hubiese absorbido en las profundidades del océano, lejos de mis ojos, lejos de mi comprensión. A medida que las horas desfilaban una tras otra, mi corazón se dilataba confundido, buscando algún error. Ese día, fue oscuramente inolvidable, el más triste quizás, y no porque no haya tenido otros parecidos, sino por su forma, por su trama, tan humillante. Ella podía tener sus mil razones para hacerlo, todas justificables, pero simplemente desapareció y yo me quedé con el amor entre mis manos, sentado a la banca como un niño abandonado sin saber el porqué de su desgracia. Cuando llegaron las doce, y el inicio del año nuevo, quedé marcado. Todo cambió en mí. Todo. Ella más adelante ya no sería la misma, y yo tampoco. Sus palabras eran frías y propias de un extraño, y yo, en endeble buscando reparar un escarchado corazón. Ese día perdí mucho. Perdí al romántico y gané a un desconfiado. Perdí al noble y gané a un asustadizo. Ese día fue tan difícil de asimilar y tan injusto. Pocas veces había apostado tanto por una persona, y cuando al fin lo hice, el avión despegó y yo me quedé con las maletas en el pasillo del aeropuerto. A pesar de todo, lo que había en mi corazón por ella estaba intacto, tal cual, sin agresión ni resentimiento. Sentía que podía canalizarlo, que después de todo, el amor también se diluye. Conforme pasaron las semanas, sentía lo mismo por ella, pero… no sé, ella rompió algo en mí que no pude reparar… y no es que no pueda, sino que siento que es algo que necesito que me ayude a hacerlo…

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